El Buddha
“A todos estos seres, dioses y humanos, enseñó lo que él mismo había comprendido, y que por tanto, materializado y logrado.
Las enseñanzas que otorgó eran virtuosas en el principio, virtuosas en el medio y virtuosas al final. Eran sublimes tanto de palabra como de significado, el Dharma que él enseñó era a la vez distinto, completo, puro y sano. A todos estos seres enseñó cómo vivir una vida de pureza”.
Descripción del Buddha en El Sutra Lalitavistara
Antes de que el Buddha encontrará su máximo potencial humano en su interior y compartiera esta sabiduría con tantos muchos, pasó por una etapa muy humana de alegría y de gran dificultad. Nació en un pequeño, aunque pudiente, reino al noroeste del actual Nepal. Su padre hizo todo lo posible para que fuera feliz y llegará a ser el siguiente rey. El príncipe Siddhartha Gautama hubiera sido un gran y bondadoso monarca, pero nuestra inevitable condición humana se reveló ante ello.
En tres paseos por su reino, se enfrentó al sufrimiento; la primera vez observó a una persona anciana y se dio cuenta de la existencia de la vejez; después, vio a otra convaleciente, y supo que todos los seres están sujetos a enfermarse y a sentir dolor. La tercera ocasión, vio a un cadáver sobre los hombros de sus parientes sufrientes y conoció, por primera vez, que era la muerte, así se percató que todos los seres morirán. Durante su cuarto y último paseo como príncipe por el reino de Kapilavastu, vio a un sabio itinerante que había abandonado toda comodidad para avanzar espiritualmente. Siddhartha desconocía la solución al sufrimiento que anteriormente había visto, pero no dudaba que había la posibilidad de encontrarla. Por eso una noche escapó de su reino y emprendió un camino de descubrimiento propio.
Sin embargo, gracias a la gran determinación de Siddhartha y a los frutos de su diligencia en llegar a encontrar la verdad de las cosas, sabemos hoy que, el asceta Gautama sufrió hambre, frío y dolor por seis años antes de llegar a despertar completamente. Sabemos que cuando se sentó bajo el árbol Bodhi en Bodhgaya, India, la misma tierra se estremeció y miles y miles de seres llegaron a emular su ejemplo y a alcanzar la iluminación durante los siguientes 40 años que permaneció en la tierra. Por ello se le conoce como el Buddha, el bendito, el perfecto y completo despierto.
En esencia, el mismo camino de descubrimiento que el Buddha emprendió hace más de 2,600 años, junto con todas sus inquietudes e incertidumbres, es el camino de todos, esto es, querer ser feliz y no tener sufrimientos.
Este sendero lo emprendieron los monjes que caminaron contemplativamente a las orillas de los ríos Indios con él; siglos más tarde, los que se han sentado y algunos continúan haciéndolo en los monasterios y en casas Himalayas, en el verdoso Tailandia o el urbano Taiwán. Al pasar de los milenios, estudiamos sus enseñanzas por internet; o nos reunimos en la bulliciosas ciudades de Nueva York, Sao Paulo, Barcelona, la Ciudad de México, o La Paz, para adoptar el ejemplo y los métodos que el Buddha enseñó sobre cómo recorrer sobre cómo vivir mejores vidas y descubrir nuestro propio potencial máximo humano.